La huella de Gandhi (y II)
Acabábamos el post de la semana pasada con una pregunta en el aire sobre la verdadera grandeza de Gandhi, sobre el verdadero impacto de su liderazgo.
Nos preguntábamos si estamos ante una figura sobrevalorada o ante uno de los grandes de la Historia. La respuesta, incoábamos, depende mucho de cómo midamos la grandeza de su liderazgo: si por la magnitud de sus logros, por la magnanimidad del deseo que le movía o por una combinación de ambas variables.
Gandhi nos muestra una faceta del liderazgo que no podemos menospreciar: la capacidad de inspirar a otros a ser mejores. Su figura, sus ideas, sus gestos, toda su vida, han sido la referencia de tantos otros líderes y de múltiples asociaciones que buscan, a pequeña o gran escala, mejorar el mundo inspirados por el ejemplo de este pequeño gran hombre.
La capacidad de que las ideas y las iniciativas de un líder mejoren a sus conciudadanos es la medida más clara de la talla de un líder, especialmente si estas mejoras permanecen en el tiempo, incluso cuando el líder desaparece.
No es su perfección, o sus virtudes a secas lo que de verdad importa. De hecho, si algo puede reprocharse a Gandhi es que imitarle no es precisamente una senda personal atractiva, ni siquiera fácil. Pero ese es el gran error cuando hablamos de liderazgo: confundir el seguimiento con la imitación. Seguimiento sí, imitación no.
Un líder no genera imitadores: genera seguidores que, con su propia forma de ser, con sus propios talentos y formas, tratan de ser mejores y de contribuir al proyecto de bien común que sirvió de inspiración al líder. Adaptándolo al contexto social, económico o personal que corresponda.
Un líder, en definitiva, moviliza a hombres libres, no a esclavos o imitadores, a usar su propia iniciativa y creatividad en la tarea de construir algo atractivo que le trasciende.
Eso era Gandhi, y desde esta perspectiva podemos hablar de sus defectos, de sus errores y de sus fracasos, sin socavar la grandeza de lo que vivió y promovió, de sus gestos, del poder inspirador de su figura, de la calidad de su liderazgo.
Pensamos que la calidad de un liderazgo se ha de medir por el número de personas a las que nuestra presencia ha hecho mejor y en qué medida esa mejora ha prevalecido incluso en nuestra ausencia. Con esta vara de medir el liderazgo, Gandhi tiene bien asegurado un buen puesto entre los grandes de la historia.
Por Luis Huete y Javier García