Shahbaz Bhatti y la verdadera definición de mártir

“Rezad por mí y por mi vida. Soy un hombre que ha quemado sus barcos, no puedo y no quiero retroceder: voy a luchar contra el extremismo y defenderé a los cristianos hasta la muerte.” Shahbaz Bhatti, Ministro de Minorías de Pakistán.

En junio de 2009, una turba enfervorecida atravesaba la localidad de Ittan Wali, en el Punjab pakistaní. Arrastraban a una mujer a prisión, por un crimen de blasfemia que ella negaba. El juez escuchó a los testigos afirmar que Asia Bibi respondió con insultos al Profeta Mahoma cuando se le prohibió beber agua de un recipiente de uso común en el pueblo. Asia pertenecía a la única familia cristiana del pueblo, y a ojos de sus conciudadanos no debía beber de donde bebía el resto.

En todo el proceso Bibi negó haber insultado ni blasfemado contra el profeta. Pero el juez no la creería: sería la primera condena a muerte dictada por un tribunal pakistaní amparándose en la ley contra la blasfemia, de reciente promulgación.

Son muchos los agujeros en la sentencia, empezando por la ausencia de pruebas. Pero las voces internacionales no fueron suficientes para aplacar la sentencia. Fue más fuerte la presión del país, que salió a la calle exigiendo la muerte de Asia Bibi. Organizaciones talibanes del país afirmaban en comunicados que si el Gobierno la liberaba, la matarían en cuanto pusiese un pie en la calle.

En este contexto, dos voces se alzaron a favor de la liberación de la condenada y en contra de la ley de blasfemia, que de hecho estaba sirviendo para resolver cuentas pendientes sin llegar casi nunca a juicio: bastaba muchas veces una acusación de blasfemia respaldada por suficiente gente para organizar sobre la marcha un linchamiento público.

La primera voz sería la del gobernador del Punjab, Salmaan Taseer, que visitaría varias veces la celda de Asia Bibi y mostraría públicamente su apoyo. Fue asesinado por uno de sus guardaespaldas el 4 de enero de 2011. Y, pese a las advertencias talibanes, una nutrida multitud saldría a las calles a mostrar su indignación por la muerte de un hombre bueno.

Algo que también sucedería con la segunda voz, la del Ministro pakistaní Shahbaz Bhatti, el único miembro cristiano del Gobierno. Fue acribillado en su coche cerca de casa, el 4 de marzo de 2011. Bhatti había recibido sus primeras amenazas de muerte en 2010, cuando comenzó a posicionarse públicamente contra la ley de blasfemia. Sabía perfectamente que acabarían matándolo. Entonces, ¿por qué no calló? ¿Por qué siguió defendiendo lo que a sus ojos era justo?

¿De dónde sacó el valor para defender una posición que le suponía la muerte? ¿Qué lleva a un hombre a entregar conscientemente su vida? ¿Qué puede valer más que la propia vida? Hay quien la entrega por odio, por rabia, por desesperación, por la promesa de que matando irá a un lugar mejor. Y hay quien por amor a los otros y a la verdad, a lo que es justo, la entrega. Por algún macabro interés, hemos acabado usando la misma palabra para designar realidades diametralmente opuestas. Y los casos de Bhatti y Taseer nos recuerdan el verdadero y noble significado de la palabra mártir.

Vemos este caso, contemplamos estos asesinatos, y pensamos que el mal ha vencido. Que estos dos hombres han muerto en vano: Asia Bibi sigue en la cárcel, condenada a muerte, y la ley de blasfemia sigue dando frutos de muerte. Pero nadie sabía mejor que ellos que este escenario era el más probable. ¿Por qué entonces seguir defendiendo una causa aparentemente perdida a costa de la propia vida?

Porque hay algo más fuerte que el odio. Porque Bhatti y Taseer creían en algo más fuerte que la muerte, y estaban más que dispuestos a dar testimonio con su muerte: que la vida eterna no se alcanza desde el odio, sino desde la bondad y la misericordia. Que lo único que vence a la muerte es el amor. Ambos creían que no hay mayor amor que dar la vida por los amigos; y ellos la dieron por una mujer a la que apenas conocían. Porque creían que el perdón y la misericordia son más fuertes que el odio.

En medio del dolor inmenso por la persecución y muerte de tantos por efecto del odio y el extremismo, aún hay hombres dispuestos a morir para defender lo que es justo, y aún más: a perdonar a quienes les persiguen. Se llaman mártires, y son la esperanza de una sociedad anestesiada por la indiferencia o el odio.

Por Luis Huete y Javier García