Líderes al rescate de la civilización

Los ciudadanos de nuestra generación tenemos que dar respuesta a un desafío estructural y sistémico de una magnitud desproporcionada. Tenemos una civilización, por decirlo de manera educada, bastante mejorable y cuya trayectoria no es nada tranquilizadora.

Las estructuras políticas, sociales y económicas con las que operamos se han quedado obsoletas y es esta generación, y sobre todo sus líderes, quienes tendrán que dar una solución a los problemas estructurales que enconsertan las vidas de todos nosotros.

En la actualidad, para bien o para mal, el factor más influyente en la buena marcha de nuestra civilización es la calidad de la gestión y el liderazgo que se ejercita en las empresas. Si se influye en una empresa, se influye en la civilización. Si se transforma una empresa, se pone un granito de arena en la transformación de la civilización. Si se mejora una empresa, se está andando el camino para mejorar la civilización.

Todos estamos convocados a esta tarea. Cuando se vean las cosas con una perspectiva de futuro es muy probable que los mejores líderes sociales del Siglo XXI acaben siendo líderes empresariales. La tarea que han de sacar adelante los líderes del mundo empresarial es la de innovar en la forma de pensar y trabajar para romper los cuellos de botella que impiden que el talento creador de las personas florezca y de fruto. Eso en términos económicos significa más productividad, competitividad y en definitiva bienestar futuro.

Y es que las personas cuando se conectan con aquello que Pitágoras mencionaba como la Verdad (expresión de un profundo sentido del propósito y de las posibilidades y responsabilidades personales) son capaces de marcar una gran diferencia.

La realidad que gestiona un líder cuando no hay esa conexión con un propósito elevado es saqueada y manipulada para beneficio personal. Esa situación lo único que crea es descrédito, cinismo, fricción y conflicto.

Por el contrario, cuando la realidad es gestionada por directivos competentes, pero además con una profunda conexión consigo mismos, con su propósito, la realidad es transformada y desvela todo el potencial escondido. Es la voluntad de servicio y la energía de querer servir al bien común la que posibilita ese “milagro” de la transformación.

¿Morir con el mercado?
…mejor…
¡Vivir bien en el futuro con la estrategia!

El cambio en el mundo de la empresa es inevitable y no es una buena decisión oponerse al mismo. No todo cambio es progreso. Hay ganadores y perdedores. Un cambio que implique ganar requiere buenas dosis de pensamiento estratégico y de cintura. El cambio implica adentrase en terrenos inciertos. No hay progreso sin un alma emprendedora.

Los cambios en los mercados se inician desde la tecnología, los reguladores o los consumidores. Ninguna de las tres cosas se puede controlar desde las empresas. Además si lo tres coinciden a la vez, el efecto es exponencial. Las reglas de juego cambian y se han de desaprender muchas de las recetas del éxito del pasado.

Lo que si pueden controlar los directivos es la respuesta que dan a esos cambios en los mercados. Hay que controlar el ángulo con el que se miran los cambios, la interpretación que se hace de los mismos y las decisiones que se toman para gestionar el negocio.

Para que la respuesta sea inteligente es necesario que los cambios se entiendan y se sientan como una oportunidad de crecimiento personal y un desafío profesional. No hay que perder ni un segundo lamentándose de los cambios, ni echándole la culpa a los demás. Para hacer frente a los desafíos con éxito hay que “hacerse” mayor que el desafío.

La rentabilidad de los negocios está en directa relación con la capacidad de ofrecer un servicio diferenciado y valioso para los clientes que a la vez sea difícil de replicar. Cuando las fuentes de diferenciación se difuminan, la rentabilidad decrece. Y eso pasa constantemente. Antes de que el mercado acabe con la diferenciación, hay que reinventar una nueva con la estrategia.

El 50% de la estrategia consiste en obtener una posición de costes mejor que el de la competencia y el 50% restante tiene que ver con ingeniar “algo” que haga que los clientes estén dispuestos a pagar un precio superior por los productos o servicios.

A los clientes se les gana por la cabeza o por el corazón. La cabeza “elige” lo que entiende que es mejor precio, servicio o producto o una combinación de las tres. En cambio el corazón se gana cuando el cliente “siente” que se le conoce, se le valora, se le escucha, etc. Lo normal es que ambos elementos se retroalimenten, pero no se ha de subestimar la importancia del corazón en la toma de decisiones de los clientes.

Al final una estrategia es buena cuando hace que un cliente elija a esa empresa sobre el resto de las opciones que se le presentan. Una estrategia funciona cuando la experiencia del cliente en el uso de los productos o servicios que ha comprado le lleve predisponerse a seguir siendo cliente y a recomendar la empresa a sus amigos.

La mejor manera de operativizar la estrategia es diseñando un modelo de negocio ganador. Es mucho más difícil copiar un modelo de negocio que un producto o un precio. Los elementos básicos de un modelo de negocio son un concepto de oferta diferenciado, unos buenos “insights” sobre el mercado con el que se quiere trabajar, un modelo de operaciones singular y un sistema de “entrega” del servicio que haga inteligente la interacción con el cliente. La batalla en los mercados son batallas entre modelos de negocio.